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Columna de Opinión

Del valor financiero al valor regenerativo: una nueva mirada al éxito empresarial

Por Paolo Mazza – Fundador de mentecircular.

 

Durante décadas, las empresas midieron su éxito con una vara simple: los resultados financieros. Rentabilidad, crecimiento, retorno para el accionista. Y no hay duda de que esas métricas siguen siendo relevantes. Pero hoy, ese enfoque empieza a ser insuficiente. No porque deje de importar el número, sino porque el contexto actual exige mirar más allá del número.

En un entorno donde los recursos son finitos, las expectativas sociales están cambiando y la regulación se vuelve más exigente, las empresas que solo maximizan retorno financiero están jugando con una definición incompleta de éxito.

Hoy, el verdadero éxito tiene que ver con crear valor que no solo se sostenga en el tiempo, sino que también regenere lo que se ha erosionado: relaciones, recursos, confianzas. Y eso implica cambiar la forma en que pensamos, operamos y medimos. Redefinir el éxito no es un ejercicio teórico. Es una decisión estratégica que transforma la manera en que se dirige, se prioriza y se invierte.

 

1. Lo que no se mide, no se gestiona… pero ¿qué estamos midiendo?  

 

La mayoría de las empresas tienen tableros con KPIs financieros detallados al día. Pero pocos cuentan con métricas claras sobre los impactos que generan fuera de la hoja de balance. ¿Se mide la salud de los ecosistemas donde operan? ¿La calidad del empleo que ofrecen? ¿La huella de sus decisiones en la comunidad? ¿La circularidad real de sus procesos?

Lo que no se mide, no se gestiona. Pero también es cierto que lo que medimos condiciona la forma en que gestionamos. Si solo medimos eficiencia económica, todo lo que no entra en esa ecuación queda invisibilizado.

El problema es que muchos indicadores ambientales o sociales siguen siendo tratados como métricas accesorias, sin incidencia en las decisiones estratégicas. Eso genera una paradoja: se reporta el impacto, pero no se lo integra al corazón del negocio. Y en esa desconexión, se pierde una oportunidad valiosa.

Una empresa verdaderamente regenerativa comienza por redefinir qué considera valioso. Incluye el capital natural, el capital relacional, la salud sistémica. Se pregunta no solo cuánto gana, sino qué deja, qué repara, qué fortalece. Y sobre todo: qué capacidades desarrolla para sostener ese valor en el tiempo.

 

2. Valor regenerativo: devolver más de lo que tomamos 


La idea de regeneración no es idealista. Es pragmática. Una empresa que degrada su entorno está erosionando las condiciones que necesita para operar. Una que regenera, en cambio, está fortaleciendo su resiliencia y su legitimidad a largo plazo.

Regenerar no significa solo compensar. Significa rediseñar los procesos para que el impacto positivo sea parte del modelo, no un apéndice. Significa restaurar ecosistemas, reconstruir confianzas, generar bienestar real en las comunidades con las que se interactúa.

Regenerar también implica pensar en ciclos más largos: no solo satisfacer una necesidad, sino crear condiciones para que esa necesidad sea resuelta con menos impacto, con más equidad, con más inteligencia. Implica desarrollar relaciones con proveedores que sean colaborativas. Diseñar productos que prolonguen su vida útil. Fortalecer economías locales.

Y lo más interesante es que ese valor se traduce también en beneficios tangibles: mayor fidelidad de clientes, acceso a mercados diferenciados, preferencia de inversores con criterios ESG, atracción de talento, y una cultura interna más comprometida. No se trata solo de hacer lo correcto. Se trata de hacer lo que genera sentido, lo que genera confianza, lo que genera futuro.

 

3. No hay impacto regenerativo sin rediseño estratégico

 

Uno de los errores más frecuentes es intentar incorporar principios regenerativos sin revisar el modelo de negocio. Como si se pudiera sumar sostenibilidad sin cambiar las lógicas internas de operación, de ingreso, de incentivo. Pero eso no funciona.

El impacto regenerativo exige rediseño. Exige volver a las preguntas fundacionales:

  • ¿Qué necesidad resolvemos?
  • ¿Cómo generamos valor?
  • ¿Qué consecuencias tiene nuestra forma de operar?
  • ¿Cuáles son los límites que no deberíamos seguir ignorando?
 

Ese rediseño no es un proceso lineal. Es iterativo, demandante, a veces incómodo. Pero es también profundamente transformador. Porque obliga a alinear el negocio con sus intenciones. Obliga a salir del piloto de sostenibilidad y llevarlo a la estrategia.

Aquí no hay atajos. Las empresas que lo hacen bien se involucran desde arriba. Invierten tiempo en repensar. Alinean indicadores. Cambian estructuras. Renuevan conversaciones. Y, en ese proceso, descubren que la regeneración no es un lujo, sino una estrategia de largo plazo.


4. El desafío cultural: pasar de extracción a creación


Mucho del cambio necesario no está solo en la estrategia, sino en la cultura empresarial. Hemos sido formados para extraer: extraer valor, extraer datos, extraer resultados. Ahora el reto es crear.

Crear relaciones sostenibles. Crear contextos donde el bienestar se multiplique.

Crear modelos que no dependan de una lógica de agotamiento, sino de una lógica de renovación.

Eso exige desaprender. Exige cuestionar lo que hemos considerado “normal” u “óptimo”. Y abrir espacio a nuevas formas de liderazgo, de medición, de relacionamiento. Porque una cultura que solo premia la eficiencia financiera difícilmente podrá sostener una visión regenerativa.

El cambio cultural empieza con nuevas conversaciones. Con líderes que preguntan distinto. Con tableros que muestran otras cosas. Con rituales que celebran también el impacto, no solo el margen.


5. De la rentabilidad al orgullo

 

Hay algo más que números en una empresa regenerativa: hay sentido. Las personas quieren formar parte de algo que importe. Los equipos se involucran más cuando sienten que su trabajo contribuye a algo mayor.

Ese orgullo interno es un activo real. Mejora el clima, reduce la rotación, eleva la calidad del trabajo. Pero también impacta afuera. Una empresa que actúa con coherencia atrae aliados, construye reputación, gana tiempo en un mundo donde cada error cuesta caro.

Hoy, el éxito no se mide solo en la rentabilidad. Se mide en la coherencia. En la capacidad de inspirar. En el impacto que dejamos más allá del margen. En el orgullo que sentimos al decir “esto es lo que hacemos, y lo hacemos bien”.


6. Integrar el impacto al centro del negocio

 

Muchas compañías aún ven la sostenibilidad como un área separada. Un reporte, una gerencia, un plan. Pero el cambio real ocurre cuando el impacto se integra al centro del modelo: cuando las decisiones comerciales, financieras, operativas, se toman con la triple cuenta en mente.

Eso implica medir distinto. Pero también implica pensar distinto. Cambiar la lógica de ganancia individual por una de valor compartido. Dejar de mirar a corto plazo para diseñar con horizontes más largos. Y asumir que cada decisión tiene efectos, visibles o no, que debemos asumir.
Cuando el impacto se vuelve parte de la conversación estratégica, cambia todo.

Cambian las metas. Cambia la forma de innovar. Cambia la relación con los grupos de interés. Cambia, incluso, la identidad de la empresa.


7. Lo regenerativo como ventaja competitiva

 

Hay quien todavía ve la regeneración como un sobrecosto. Pero cada vez es más claro que no actuar es lo que genera costos crecientes. Costos regulatorios, sociales, operativos, reputacionales.

Las empresas que integran principios regenerativos están mejor preparadas para adaptarse. Para navegar crisis. Para atraer inversores. Para diferenciarse. Para sostenerse.

En un entorno donde la confianza es un activo escaso, donde los impactos negativos ya no se toleran en silencio, la coherencia y el propósito se vuelven ventaja competitiva. Y eso no se compra. Se construye. Día a día. Decisión a decisión.


Cierre: redefinir el éxito, rediseñar el negocio

 

La economía circular y regenerativa no es una moda. Es una necesidad. Y también, una oportunidad. Una empresa que se atreve a repensar su forma de crear valor puede ganar en todos los frentes: financiero, social, ambiental, humano.

Pero para eso, hay que animarse a cambiar la pregunta. De “cuánto ganamos” a “qué valor estamos generando, para quién, y con qué consecuencias”. Ahí empieza la transformación. Y desde ahí, una nueva forma de hacer negocios.

No es un camino fácil. Pero es un camino necesario. Y cada vez más, es el único camino que tiene futuro.



 

Paolo Mazza
Fundador de mentecircular.

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